La Ascensión del Señor, al final del tiempo de la Pascua, nos llena de una profunda alegría, pues es el triunfo del amor y de la vida sobre las tinieblas del error, la mentira y la muerte.
Es pues el día de la alegría, del regocijo y de la paz, sin olvidarnos que el próximo domingo concluimos con la fiesta de Pentecostés que hace que el Espíritu Santo esté más activo cada día, impulsando la misma obra de evangelización, hasta que todos los hombres reconozcan que Jesucristo es el Señor y toda rodilla se doble a su nombre.
La Ascensión de Jesús no es un alejamiento o una despedida, sino el comienzo de un nuevo modo de la presencia de Jesús. Jesús se despide de sus amigos, pero no los abandona, por eso el Evangelio dice que "el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban". En otra parte del Evangelio Jesús dice: "Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo". En otra parte nos dice que Jesús les dijo a sus amigos: "No les dejaré huérfanos, mandaré el Espíritu Santo para que los acompañe".
La ausencia de Jesús es para que comience un nuevo tiempo, el tiempo que es nuestro, con nuestro testimonio, por eso Jesús nos deja un mandato, nos envía: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación".
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